Tú, yo y la Super Bowl by Tracy Wolff

Tú, yo y la Super Bowl by Tracy Wolff

autor:Tracy Wolff [Wolff, Tracy]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico, Juvenil, Erótico
editor: ePubLibre
publicado: 2017-05-23T00:00:00+00:00


16

HUNTER

El teléfono me vibra cuando estoy volviendo al coche. Lo cojo y veo que Lucy me ha vuelto a escribir para preguntarme cuándo voy a llegar. Le envío un mensaje rápido diciéndole que estoy de camino. Después corro hasta el coche.

Acabo de salir de donde había aparcado cuando me llega otro mensaje. En este me pide helado, así que paro junto a la acera para preguntarle de qué sabor lo quieren Brent y ella. Mientras espero a que me conteste, levanto la vista por casualidad y veo a Emerson, que está cruzando el aparcamiento.

Ella no me ve —estoy en la parte oscura, a medio camino de la calle— y voy a bajar la ventanilla para llamarla, pero se detiene unos coches delante de mí, justo debajo de una de las débiles luces. Observo, confuso, cómo abre la puerta del lado del conductor de un destartalado Corolla.

Desconcertado, veo que se sienta al volante. Sin embargo, no parece que tenga intención de ir a ninguna parte —deja la puerta abierta y apoya un pie en el asfalto—, lo que no hace sino desconcertarme más. Sobre todo porque me dijo que tenía el coche en el taller.

Solo cuando intenta arrancarlo —en vano— caigo en la cuenta de lo que está pasando: no es que su coche esté en el taller, sino que está averiado. Y a juzgar por lo derrotada que parece, con esos hombros caídos, cuando se baja del Corolla, lleva así un tiempo. Que no haya llamado a la grúa me dice que no puede permitirse la reparación, y ser consciente de ello me duele.

Sé que se llevará una buena comisión cuando yo compre la casa de La Jolla, pero la venta no será efectiva hasta dentro de por lo menos treinta días. ¿Cómo irá al trabajo durante ese tiempo? Y ¿qué habría hecho si no la hubiese conocido ayer por la mañana y le hubiera pedido a Kerry que la dejara trabajar conmigo?

No soporto la idea de que viva en este agujero, ni de que tenga que esperar el autobús o pedirle a alguien de este barrio que la lleve. Solo Dios sabe lo que podría pasarle.

Hablando de… La observo mientras vuelve deprisa por el aparcamiento y sube la escalera. Y aunque ya tengo la respuesta de mi sobrina —chocolate Rocky Road—, no enciendo el motor hasta que veo que Emerson desaparece en su piso, cerrando bien la puerta tras de sí.

Paso los veinte minutos que tardo en llegar a casa preocupándome por ella, intentando averiguar qué hacer con el dilema que tiene. Le compraría un coche —sin compromiso—, si me dejase. Pero estoy muy seguro de que no lo hará: de lo contrario, no me habría mentido. ¿Qué se supone que debo hacer? ¿Seguir a lo mío feliz y contento, comprándome una casa de veinticuatro millones de dólares, a sabiendas de que la mujer con la que me estoy acostando ni siquiera puede llevar su coche al taller?

No puedo hacerlo.

Y ¿por qué no me sorprende que la primera mujer



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